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miércoles, 20 de julio de 2011

La moneda

Cuando el taxista le tendió el cambio una moneda se le escurrió entre los dedos y se perdió en el asfalto mojado. Debajo de su gorra decorada con el toro de Osborne el taxista arqueó las cejas. Él buscó en vano la moneda plateada con la mirada, maldiciéndose a si mismo por ser tan torpe. El taxi arrancó y finalmente él entró en el vestíbulo de la estación con la gabardina empapada por la lluvia.
A aquella hora de la mañana la estación aún no era un caos. Desde los grandes ventanales laterales los chorros de luz caían oblicuamente sobre el suelo iluminando en su camino las partículas que flotaban en el aire. Desde los altavoces del techo, muy arriba, escapaban casi silenciosamente los acordes de la sonata claro de luna de Beethoven y el ambiente cálido en contraste con la fría mañana de febrero del exterior hizo que se sintiese más animado.
Siempre puede saberse el tiempo que hace afuera viendo lo que venden los chinos frente a los lavabos públicos de la estación. Se cuelgan una acreditación de vendedor en la solapa de sus trajes baratos, extienden una sábana gris en el suelo y ofrecen su mercancía. Paraguas y toallas pequeñas si llueve, helados y bebidas frías, que transportan en unas neveritas portátiles, si hace calor, bufandas y guantes de lana si hace mucho frío.
Él compró una toalla pequeña con las letras BCN bordadas en azul y se secó la frente. esquivó a uno de esos perrillos de andares graciosos y mirada vivaracha que atado a una correa negra acompañaba a su dueña (una anciana muy maquillada) al dentista.
Recorrió el vestíbulo. Bajó dos escaleras. Anduvo por un largo pasillo en el que un ciego tocaba el clarinete y desembocó en uno de los andenes.
Por la nada absoluta del túnel llegó el tren. Unos de esos trenes de cercanías de color blanco desvaído salpicado de grafitis. Se abrieron las puertas y descargó en el anden su carga humana. Pero él no entró. Por el rabillo del ojo la había visto bajar con su mochila de cuero colgándole del hombro. La vio detenerse en cuanto se bajó del tren y esperar a que el reguero humano fluyera hacia el exterior. Si ella hubiese estado más cerca quizás le hubiese hecho un comentario intrascendente y la hubiese mirado a los ojos para saber de qué color eran. Esperó la llegada del siguiente tren.
Ella contempló las baldosas grises del suelo que se alejaban en todas direcciones. Se miró la punta de sus zapatos gastados y escupió el chicle de menta que llevaba en la boca en dirección a la vía. Le vio allí con su gabardina mojada y su cartera baqueteada colgando de su mano derecha, consultó su reloj sólo para observarlo un poco más y vio como él la miraba. Si se le hubiese ocurrido algo que decir se habría acercado y se lo habría dicho pero finalmente suspiró y comenzó a andar. Anduvo por un largo pasillo en el que un ciego tocaba el clarinete, subió dos escaleras, recorrió el vestíbulo, compró un paraguas plegable a los chinos que estaban frente a los lavabos públicos porque preveía que afuera estaba lloviendo. Salió a la calle, abrió el paraguas y la lluvia comenzó a tamborilear sobre la tela. Pensó en llamar a un taxi justo cuando uno conducido por un argentino campeón de tangos se detuvo a su lado junto a la acera. Al abrir la puerta trasera del coche vio una moneda  sobre el asfalto. El perfil plateado del rey estaba mojado. La guardó en un bolsillo pensando en que no debía gastarla para que le trajera suerte. Entró en el taxi con una sonrisa y desapareció entre el tráfico de la mañana mientras las nubes corrían veloces sobre los automóviles y sobre los trenes y el cielo se abría con la promesa de que pronto saldría el sol.

13 comentarios:

  1. Una moneda, dos personas.

    Una persona, dos monedas.

    Gana tu historia.
    Las personas cuentan más que las monedas.

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  2. Me gustan estas historias en las que se cruzan dos vidas. Lástima que ninguno de los dos se atreviera a participar en pro del destino.

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  3. Precisos relato, muy bien descrito y con los detalles muy cuidados. ¡Me ha gustado mucho!

    Te felicito, si no te importa, me quedo por tu blog leyéndote, merece la pena.

    Un abrazo.

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  4. montse: Aquí no gana nadie. Sólo se entrecruzan las historias en la realidad y en la ficción.

    aina: Bueno, quizás ahí reside la gracia de esta historia. Quizás esa moneda los vuelva a reunir...quién sabe.

    Gloria: Gracias por tu benevolencia. Eres bienvenida siempre que quieras.
    Un abrazo.

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  5. Pues me sigue gustando más la tuya.

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  6. Cosas de la vida...
    Muy buena historia y muy bien contada.

    Saludos

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  7. Gracias María Beatriz por tu indulgencia, recuérdame que te invite a algo ;-)

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  8. La vida nos puede unir de formas misteriosas. Excelente relato. Saludos.

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  9. hola m me gustan tus palabras gracias por esta entrada un placer leerte

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  10. Xixe: Lo de Vera Loff me ha hecho reflexionar. Gracias por tu generosidad y un abrazo.

    Goge: Gracias a tí por tu visita y tu comentario. Un saludo.

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  11. Me siento cobarde!!!
    Pocas veces en mi corta vida me he cruzado con la mirada insistente de un extraño, mis ojos han correpondido con timidas miradas pero de mi boca y de su boca ni una sola palabra. Solo una vez, un joven me sonrio y antes de bajar del metro me lanzo un beso y dijo hasta mañana sera un gusto desearte los buenos dias.

    Y yo solo estaba en esa ciudad de visita.

    Ufff cuantas veces abremos perdido al amor de nuestar vida por culpa de nuestar timidez.

    Y como siempre yo escribiendo de largo ja ja ja...

    Lindo tu relato,

    Un abrazo

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  12. Me ha encantado, eres especial.

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  13. Muy bonito, tu relato! El destino decía que no podían separse así como así, sin ningún vínculo que de alguna manera les mantuviera unidos. Quizás algún día coincidan otra vez y entonces sí encuentren las palabras adecuadas.
    Me ha gustado mucho tu historia.
    Un abrazo!

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