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martes, 24 de enero de 2012

EL MONJE FIESTERO

Hace poco tiempo hice una visita con unos amigos a un monasterio budista. Para llegar hasta allí tuvimos que tomar una carretera que no llega ni a la categoría de comarcal y subir muchos kilómetros con un desnivel que haría blasfemar a una cabra, pero es parte de su encanto, supongo, porque si estuviese al pie de una autopista no sería lo mismo. El lugar, como compensación era tranquilo y con unas vistas espectaculares.
Hicimos un taller de relajación en las instalaciones. El encargado de impartirlo fue Augusto; un monje budista con poca pinta de serlo, pues uno se imagina a una especie de Yul Brinner con hábito naranja, y Augusto era la antítesis del monje budista que todos tenemos en la cabeza. Joven, con pelo y un hábito blanco y morado.
Nos sentamos en el suelo y Augusto, adoptando la posición del loto, comenzó a hablar:
"Yo he vivido la noche a tope durante años, me iba de marcha todos los días, me conocían en todas las discotecas, me ponía ciego a más no poder, todo el mundo me conocía...pero nadie me hablaba."
Durante una hora Augusto nos habló a nosotros contando su experiencia vital y salpicándola de anécdotas y tratando de mostrarnos qué alternativas encontró él para ordenar su vida. El budismo no es proselitista, así que no hubo más que eso: Unas enseñanzas básicas sobre relajación y sobre la vida, pero tan auténticas y llenas de verdad que nos dejó emocionados y a las chicas enamoradas, pues he de decir que encanto personal no le faltaba.
Visitamos el interior del monasterio (un antigüo palacio), dimos un paseo por los alrededores, asistimos a una conferencia sobre meditación y comimos en el comedor común, rodeados de otros visitantes y de monjes y voluntarios.
A la hora de los cafés, reparamos en que Augusto se había quitado el hábito y ataviado con un delantalillo servía bebidas detrás de la barra. Las chicas fueron pasando por allí una tras otra a pesar de que había un camarero para las mesas. Ellas llegaban, pedían un té o un café con leche, le sonreían y volvían a la mesa comentando la jugada. Yo creo que Augusto se daba cuenta y que en su fuero interno sonreía también pensando en que antes no le hablaba nadie y ahora, sin pretenderlo, tenía el comedor lleno de entusiastas aficionadas a un té endulzado con palabras.

9 comentarios:

  1. ...y a mi me enamoran tus palabras ;-P

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  2. jajaja gracias Jonay. eres un amigo!

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  3. y donde esta ese monasterio? jeje.. no es por nada.. es que me gusta mucho el té :P

    Saludos!

    Volveré!

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  4. Alter: Está en el garraf, cerca de Castelldefels. Míra en google, ya verás, es fácil de encontrar.

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  5. Pues yo con el budismo tengo una relación de amor-odio. Me gusta, pero por trabajo he hablado con muchos budistas, seguidores, monjes, lamas... Y reconozco que me echa para atrás ver que la mayoría son muy intolerantes cuando alguien no piensa como ellos. Independientemente de eso, me ha encantado tu manera de contar la experiencia.

    Un abrazo

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  6. Dorothy: No ha sido eso la impresión que he tenido yo, sino más bien al contrario. Por ejemplo: en el recinto del monasterio tenían la capilla cristiana original, tenían las imágenes cristianas originales de la capilla allí y lo tenían todo perfectamente limpio y abierto, de hecho allí nos dieron un té y como nos explicaron, para ellos esas imágenes también son representaciones espirituales y por tanto dignas de respeto.
    En fin, me he quedado intrigado con cual será tu trabajo.
    Un abrazo.

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  7. La cuestión... el viaje mereció la pena, por lo que veo ¿no?

    Besitos

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  8. Está muy bien matizado ese interés que demostraron las chicas por el converso.
    Me ha gustado su relato.

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