El muerto

Hoy he visto un muerto.
Era el padre de un conocido al que he ido a dar el pésame en el tanatorio. El hombre era ya mayor, 81 años, creo. Además tenía alzheimer desde hace mucho; aunque reconocía a su hijo, se montaba en los autobuses sin tener claro a donde iba y se pasaba el día preguntando a cualquiera que pasara por la calle si era la hora de ir a misa. He visto el cadaver de ese hombre en una salita anexa del tanatorio. El ataud estaba abierto dentro de una urna refrigerada de cristal, a sus pies tenía una corona de flores y al lado, sobre un atril, un libro de condolencias abierto y lleno de firmas.
Si escribo aquí sobre esto es porque me ha impresionado. Conocí en vida a ese hombre, lo veía en la puerta de su casa, a cualquier hora, sentado en una silla, muy tieso, haciendo crucigramas. A mí también me preguntaba a veces si era la hora de ir a misa. Y ahora estaba allí. Vestido como siempre, con el rostro sereno, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. Me daba la impresión de que iba a abrir los ojos en cualquier momento para llamar a su hijo. Si lo hubiera hecho me habría parecido lo más normal del mundo, porque era la imagen de lo cotidiano lo que reflejaba su cara. Nadie podría decir que en aquel cuerpo ya no había vida, que no respiraba, que su corazón ya no latía.
Es el primer muerto que veo así, a conciencia, y lo digo con todo el respeto. había visto a mi abuela hace muchos años, durante un momento y desgraciadamente también he vislumbrado alguna víctima mortal de un accidente de tráfico, de manera fugaz.
Pero la muerte en la cara de ese hombre, cuyos ojos ya no se abriran, que ya no volverá a sentir, que jamás volverá a pronunciar una palabra, me ha impresionado.
Ha sido de alguna manera mi primer muerto. Somos como un trozo de madera flotando en un mar tempestuoso.