Cuando tenía 15 años mi padre llegó un día y extendiéndome un cigarrillo me dijo solemnemente: Toma hijo. Tu primer cigarro.
Hacía mucho que podría tener los pulmones negros si hubiese querido fumar; sin embargo no fumaba, así que me guardé el cigarro y no recuerdo lo que hice con él, pero no me lo fumé. Y sigo sin fumar.
En otra ocasión mi padre cruzó la calle desde el bar de enfrente de mi casa con un botellín de cerveza en la mano y me lo ofreció diciendo: Toma, tu primera cerveza te la da tu padre. Yo, que en aquel entonces sólo bebía agua y coca cola, adopté una pose muy digna y dí un trago a la botella para impresionar a mi padre, aunque luego a escondidas utilicé el resto del líquido para regar el jardín, preguntándome como rayos alguien podía pagar por meterse aquella bebida amarga en el cuerpo.
Estas navidades mi hijo y yo cogimos un tren y pasamos las fiestas disfrutando de toda la familia a la que no veo el resto del año.
A la hora de los regalos mi padre, que estaba sentado en un peldaño de la escalera, abrió un paquete marcado con su nombre que contenía unos calzoncillos rojos... y un preservativo. Lo cogió, lo miró desconcertado y cuando comprendió lo que era lo blandió sobre su cabeza mientras decía entre aturdido y resignado: Es la primera vez que tengo una cosa de estas en mis manos!. Yo le hice una foto y sonreí para mis adentros sabiendo que no lo iba a utilizar.
Qué bien has aliñado esto con inocencia y personalidad. Me gustó.
ResponderEliminar¿¿¿Pero sigues bebiendo cerveza???
ResponderEliminarEncontré tu blog a través de nuestro compartido gusto por Paul Auster y El país de las últimas cosas. Lo encontré muy interesante y me gustaría seguir leyendolo. Saludos.
ResponderEliminar